El 20 de agosto de 1940, León Trotsky recibió en su despacho en la casa
fortaleza de Coyoacán, México, a quien se hacía llamar Jackson Monard y
suponía un camarada. Este lo mató de un golpe de piqueta en el cráneo.
Diez años después se supo oficialmente que Jackson era Ramón Mercader,
un sicario español al servicio de una operación criminal organizada por
la burocracia de la Unión Soviética. Mercader falleció en Cuba en 1978.
Al momento del asesinato, la II Guerra Mundial llevaba un año y estaba
en vigencia el pacto Hitler Stalin, que se desmoronaría poco tiempo
después con la invasión nazi a la URSS. El atentado fue obra de los
servicios secretos de Stalin, pero tuvo la aquiescencia del imperialismo
mundial. Expulsado de Rusia y luego sucesivamente de Turquía, Francia y
Noruega, rechazado por Estados Unidos, el revolucionario ruso se había
convertido en un paria internacional hasta que la invitación del
gobierno nacionalista de Lázaro Cárdenas le abrió las puertas de México.
El 25 de agosto de 1939, casi un año exacto antes de su asesinato y a
días del inicio de la Segunda Guerra, la prensa internacional había
recogido la advertencia del embajador francés en Alemania al mismísimo
Hitler: “Temo que, como resultado de la guerra, haya un solo verdadero
vencedor: Trotsky”. Su eliminación estaba en la agenda de la burguesía
mundial desde el momento que la guerra imperialista podía llevar a la
revolución y la IV Internacional actuaba en esa perspectiva.
León Trotsky era, a esa altura, un solitario sobreviviente de la
dirección que había dirigido la Revolución de Octubre en Rusia: de los
24 miembros del CC del Partido Bolchevique en 1917 sólo sobrevivían él,
en el exilio, y Stalin, en la cumbre del poder: las dos terceras partes
de sus miembros habían sido asesinados por la dictadura del Kremlin.
El asesinato del revolucionario ruso se produjo en un período
contrarrevolucionario caracterizado por las victorias del fascismo, la
consolidación del estalinismo en la URSS, la derrota de la revolución
española. La muerte del fundador de la IV fue, por lo tanto, sólo un
episodio de la saga trágica que se inició una década antes y tiene sus
jalones previos en los “juicios de Moscú” y en las matanzas de las
bandas fascistas y nazis. La función de las masacres no fue ingenua:
formó parte de la preparación de la guerra, al eliminar a militantes y
dirigentes que podían convertir la guerra imperialista en una guerra
civil internacional.
Nadie como León Trotsky vaticinó los crímenes de esta etapa y se erigió
en baluarte de la lucha contra el ascenso del fascismo alemán. Fue él
quien sostuvo la necesidad de constituir un frente único de los partidos
obreros -socialista y comunista- frente a los nazis, denunciando la
política criminal de división impulsada por la burocracia del Kremlin.
Fue él quien en 1929 -el ascenso de Hitler se producirá en 1933-
denunció como “mortal” la política del estalinismo que colocó en un
mismo plano a la socialdemocracia y al fascismo y llamó a oponerse a
ella desenvolviendo el frente único para aplastar físicamente a las
bandas nazis. En 1932 advirtió -¡nueve años antes!- que el ascenso del
fascismo en Alemania llevaría a la guerra contra la URSS y fue el
primero en advertir el holocausto que se le preparaba al pueblo judío.
Trotsky desenvolvió una lucha implacable contra los Frentes Populares, o
sea la alianza de los partidos de izquierda con la “sombra” de la
burguesía, que se presentaban en nombre de la lucha contra el fascismo y
encadenaban la acción de la clase obrera a los límites insalvables de
la burguesía “democrática”. Mucho antes de que las experiencias de
Francia y España pavimentaran el camino a la victoria del fascismo y
revelaran su función contrarrevolucionaria.
El vaticinio sobre la URSS
“En el futuro será inevitable que (la burocracia del Kremlin) busque
apoyo en las relaciones de propiedad… No basta ser director del trust,
hay que ser accionista. La victoria de la burocracia crearía una nueva
clase poseedora”1. Esto fue escrito en 1936, denunciando la tendencia de
la burocracia a restaurar el capitalismo, planteando una encrucijada
con dos alternativas: ese retorno o la revolución política que barriera
con la burocracia contrarrevolucionaria.
En oposición al planteo del “socialismo en un solo país”, en base al
cual la burocracia aseguraba lograr gradualmente su primacía sobre el
régimen capitalista, el trotskismo defendió la estrategia de la
revolución proletaria internacional desde el momento que “el tractor
Ford es tan peligroso como el cañón Creusot, con la diferencia de que
este último no puede obrar más que de vez en cuando, en tanto que el
primero hace continuamente presión sobre nosotros”.2 Dicho de otro modo,
el socialismo no puede subsistir si no le asegura a la sociedad mayor
economía de tiempo que el capitalismo. Ello plantea la lucha por
extender la revolución internacional, para que la clase obrera pueda
apropiarse de las mayores conquistas alcanzadas por la humanidad en lo
que refiere al rendimiento del trabajo.
León Trotsky tuvo la perspicacia de comprender, en el momento de auge
de la burocracia de la URSS, que ésta era un “accidente histórico” que
no podía resistir las contradicciones internacionales entre la clase
obrera y la burguesía y, fruto de ellas, se orientaría a “restablecer la
propiedad privada” y erigirse ella misma “en una nueva burguesía”.
Trotsky planteó que se acentuarían las contradicciones sociales de la
autarquía y el aislamiento y la presión de la economía y política
mundiales reforzarían las tendencias a la restauración.
Crisis mundial…
Este conjunto de vaticinios, muchos de ellos impresionantes, parten de
la comprensión del capitalismo como un régimen social en declinación,
que ha desarrollado formas sociales que lo niegan en forma parcial -el
monopolio, en oposición al mercado; la socialización de la producción,
en oposición a la pequeña propiedad- y desenvuelve una tendencia hacia
la catástrofe económica y la disolución de las relaciones sociales.
Trotsky lo advierte en las primeras palabras del programa de la IV
Internacional: “los requisitos objetivos de la revolución proletaria no
sólo están maduros, están comenzando a descomponerse. Sin revolución
social en el próximo período histórico toda la civilización humana está
amenazada de ser arrastrada por una catástrofe. Todo depende del
proletariado y, antes que nada, de su vanguardia revolucionaria. La
crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección
revolucionaria”.
…y crisis de dirección
Cualquier movimiento que se proponga la continuidad del movimiento
histórico de lucha de la clase obrera debe partir del legado teórico y
práctico del fundador de la IV Internacional. Pero, ¿cuál ha sido la
consecuencia y la consistencia de sus seguidores, medidos a la escala
histórica de este legado? En el mismísimo debut de la revolución
política pronosticada por León Trotsky, la insurrección obrera en Berlín
contra el ejército soviético en 1953, la IV Internacional se opuso a la
consigna “Fuera el ejército ruso de Alemania” y coronó su declaración
con una declaración de confianza en la burocracia (“Viva el renacimiento
socialista de la URSS”) , lo que era absolutamente coherente con el
planteo de impulsar la revolución a través del estalinismo3. Luego
siguió el foquismo, la defensa de la democracia como régimen político,
la disolución como organizaciones cuarta internacionalistas, el apoyo a
la “V Internacional” chavista4. Por esta evolución política “las
direcciones que se reivindican de la IV Internacional fracasaron.
Pasaron hacia el campo político de la pequeña burguesía, que es una
clase materialmente animada por otros intereses, diferentes de los de la
revolución proletaria. La IV no es hoy reconocida por un programa
proletario. Se ha identificado con todas las variantes políticas
producidas por la pequeña burguesía o creadas por la presión del
estalinismo. Ha abandonado, por lo tanto el programa revolucionario”5.
El programa para esta época
La IV Internacional no realizó sus objetivos, pero su crédito histórico
sigue abierto, porque expresa la continuidad del movimiento histórico
de la clase obrera y enarbola el único programa capaz de armar al
proletariado para hacer frente a los desafíos que le plantea la
bancarrota capitalista internacional. El Programa de Transición plantea
las reivindicaciones cotidianas que le permiten al obrero de cualquier
latitud enfrentar la ofensiva capitalista que pretende descargar la
crisis sobre sus espaldas y oponerle una salida y un método, que enlaza
esas reivindicaciones con la lucha por el poder obrero. Si no se hubiera
fundado la IV Internacional, aún en el marco de las gigantescas
derrotas y traiciones de la época, la causa del socialismo habría
retrocedido en una escala histórica por el asesinato de Trotsky y la
Segunda Guerra Mundial. La crisis posterior de la IV no puede anular
este acierto.
En un texto sin terminar encontrado en el escritorio de Trotsky ese 20
de agosto de 1940 se podía leer: “frente a nosotros se encuentra una
perspectiva favorable, que da todas las justificaciones a la militancia
revolucionaria. Hay que aprovechar todas las ocasiones que se presenten y
construir el partido revolucionario”.
De eso se trata.
1. León Trotsky: La Revolución Traicionada, Ediciones Crux, Buenos Aires.
2. León Trotsky: El gran organizador de derrotas, Editorial Olimpo.
3. “Declaración del Secretariado Internacional de la IV Internacional”, 25/6/1953.
4. Sobre V Internacional ver Prensa Obrera N° 1.121, marzo de 2010.