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miércoles, 6 de diciembre de 2017

Ante la amenaza de nuevas guerras

30 de noviembre de 2017 | #1484 | Por Pablo Heller
 
Medio Oriente

Las características de otra transición política
La expulsión de Isis de sus últimos bastiones en Siria e Irak ha abierto un escenario explosivo. Lejos de atenuarse el conflicto que conmueve a la región, se recrean los choques de las fuerzas en presencia, incluida la amenaza de la guerra a una escala superior. Asistimos a una intensificación de la disputa por el control estratégico del Medio Oriente.

La derrota de Isis a lo largo de la frontera con Irak ha consolidado un “puente terrestre” que une a Teherán con el Mediterráneo a través de sus aliados, Irak, Siria y Líbano, con lo que Irán ha extendido su influencia y proyección militar en la región desde Bagdad hasta Damasco, incluido el despliegue de la milicia libanesa del Hezbollah en Siria.

Moscú y Washington


Los líderes de Moscú, Teherán y Ankara se acaban de reunir en la ciudad de Sochi para definir el futuro formato de Siria, en momentos en que comienza otra ronda de conversaciones de paz en ese país. Sin esperar su arranque, Putin le ha comunicado a Trump el resultado de ese cónclave con el propósito evidente de llegar a un entendimiento político. Según el Kremlin, el presidente sirio “confirmó su adhesión al proceso… para llevar a cabo una reforma constitucional y elecciones presidenciales y parlamentarias, y llegar a un acuerdo político basado… en un proceso de negociación a gran escala en Siria” (La Nación, 26/11).

El objetivo es poner en marcha una transición política controlada y monitoreada por Washington y Moscú. “Y salvo alguna sorpresa de último momento, ninguna de las soluciones negociadas parece incluir la salida de al-Assad” (ídem). El régimen sirio ha recuperado terreno el último año. Las tropas del gobierno controlan las cuatro principales ciudades de Siria, diez de sus 14 capitales provinciales y la costa. Ninguna fuerza en el terreno tiene la capacidad de desplazar a al-Assad de ese escenario. En el frente diplomático, los principales aliados de los opositores al régimen -o sea, Estados Unidos y sus socios- retiraron su exigencia de que cualquier acuerdo debía incluir la remoción de Al-Assad.

Por otra parte, la oposición está desbandada. El principal negociador opositor, Rayad Hija, renunció tras acusar a las potencias extranjeras de estar repartiéndose Siria. Esta semana, la oposición siria se reunirá en Arabia Saudita para consensuar una postura y una delegación unificada. En una declaración conjunta de principios de noviembre, Trump y Putin acordaron que no hay solución militar para Siria. Trump canceló el programa que tenía la CIA para entrenar a las fuerzas que buscaban derrocar a al-Assad. Mientras tanto, Rusia medió para lograr treguas locales entre las fuerzas de al-Assad y los rebeldes en la mayoría de los frentes de batalla.

Estamos ante un acuerdo reaccionario. La burocracia restauracionista que encabeza Putin procura una mayor asociación con el capital internacional, y utiliza su injerencia política y militar en otros Estados como una pieza de negociación al servicio de ese propósito. El rescate del régimen de al-Assad no tiene nada de progresivo. Su perpetuación en el poder se ha apoyado en el aplastamiento y ahogo de la rebelión popular que estalló en Siria como parte del proceso revolucionario abierto por la Primavera Arabe. Ese desenlace negativo fue el que sembró, a su vez, el terreno para que la oposición al régimen terminara colonizada por Estados Unidos, Arabia Saudita y otros regímenes reaccionarios de la región.

Tomada de conjunto, esta guerra internacional, lo mismo que lo fue en su momento Libia, es una respuesta de la burguesía y de la burocracia restauracionista a las revoluciones y a las tentativas revolucionarias que se han desarrollado en Medio Oriente, y que debutaron en Egipto en enero de 2011.

Crisis y escalada

Pero la transición que se prepara está lejos de arribar a buen puerto. Una de las condiciones que plantea Putin es el retiro de las fuerzas extranjeras… pero exceptuando a Rusia y a las tropas iraníes estacionadas en Irak. Eso es inaceptable para la Casa Blanca. Por otra parte, el nuevo mapa de la región y la influencia iraní conquistada en Irak, Siria y el Líbano se ha hecho indigerible para los principales aliados de Estados Unidos en la región; a saber Arabia Saudita y, en primer lugar, Israel. Ambos han salido con los tapones de punta contra la llamada “amenaza iraní” y sus ramificaciones (Hezbolllah).

El premier israelí, Benjamín Netanyahu, afirmó que “Irán pretende usar a Siria como una base desde la cual destruir a Israel” y, en nombre de ello, advirtió que su país está listo para actuar. El jefe militar israelí Gado Eisenkot anunció, a su vez, que se brindará ayuda de inteligencia a Arabia Saudita para “enfrentar el desafío iraní”. Una cumbre árabe en El Cairo acaba de proclamar un frente unido “para contener a Irán y Hezbolllah”.

Esta escalada política y diplomática puede terminar en un enfrentamiento bélico, que tiene al régimen sionista como su principal animador.

El gobierno israelí, secundado por la monarquía saudí, acentúa sus presiones a Estados Unidos para que rompa el acuerdo nuclear con Irán. Trump ha amenazado con esa decisión, pero no la ha concretado. Existe una deliberación en el seno de la burguesía yanqui y del propio Partido Republicano, y el gobierno israelí procura meter una cuña en este proceso. Entretanto el conflicto se extiende, como se constata en Yemen, en Qatar y en la crisis de régimen que ha estallado en el Líbano.

Allí, el gobierno saudí impuso la renuncia del premier, Sada Hariri, con el argumento de que el país “estaba dominado por Hezbolllah e Irán”. Aunque la maniobra no resultó como la corona esperaba y Hariri regresó a Beirut y retiró su dimisión, el hecho da cuenta de los alcances de la crisis regional.

La onda expansiva llega al pueblo kurdo, atravesado crecientemente por este escenario. En esta pugna por el control estratégico de la región, Estados Unidos no se priva de agitar las aspiraciones nacionales e independentistas de Rojava -el Kurdistán sirio ubicado al norte del país y lindero con Turquía- como un arma de negociación en la transición en curso. Putin se ha esforzado por incluir en la mesa de las negociaciones a la dirigencia de ese territorio para mantenerla bajo control. Pero Turquía veta esa posibilidad, lo que se convierte en otra ficha a jugar por los estrategas estadounidenses en la transición siria.

Por la unidad socialista del Medio Oriente

La liberación nacional y social kurda, como la cualquier pueblo de la región, no puede provenir de la mano del imperialismo y tampoco de la burocracia restauracionista. Rojava, bajo la tutela de cualquiera de los dos bandos, no es más que un peón en las tratativas en desarrollo y, como tal, estaría condenada a la perpetuación de la opresión a la que ha sido sometida ancestralmente. A las tendencias a la fragmentación y a los enfrentamientos étnicos, religiosos y nacionales es necesario oponerle la unidad de los trabajadores y el pueblo explotado de la región para expulsar al imperialismo y poner fin al régimen sionista y a todos los regímenes reaccionarios de la región, incluso el de Assad.

¡Abajo la guerra! Por el derecho a la autodeterminación y la emancipación nacional y social en el marco de una federación socialista del Medio Oriente.
 

Fuente: http://www.po.org.ar/prensaObrera/1484/internacionales/ante-la-amenaza-de-nuevas-guerras

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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